El clamor de los invisibles

Reportaje escrito a cuatro manos entre Lola Mansilla e Inés Criado y aparecido en el fanzine Kemando Kartones.

La UE considera que los sin techo son “todas aquellas personas que no pueden acceder o conservar un alojamiento digno, adecuado a su situación personal y que proporcione un marco estable de convivencia.”

Frente a esta definición tan genérica que no termina de concretar ni analizar este problema social, encontramos en la ONG Médicos del Mundo una perspectiva mucho más cercana a la realidad:

“Son aquellas personas que carecen de residencia o domicilio estable y que se encuentran en una situación sociofamiliar vulnerable, sin ingresos ni trabajo y, en resumen, en situación de exclusión social. Concentran sobre ellas muchas de las lacras de marginación que se producen en nuestra sociedad. Es el conjunto de población más castigado, no sólo por la falta de vivienda sino también por el desempleo, la desestructuración familiar, el estigma público, el desarraigo social, la enfermedad, el deterioro de su propia identidad y la falta de acceso a los servicios”.

Oxfam, en un informe reciente estima que en España este colectivo lo forman unas 273.000 personas, otros estudios lo sitúan en 55.000, y Cáritas en 2001 en 30.000. Ahora bien estas cifras son orientativas. Nos enfrentamos a un grupo social “invisible”, que no aparece en los censos, que forma parte del anonimato de las ciudades y por tanto imposible de cuantificar con exactitud. Forman parte de ese Cuarto Mundo de la pobreza extrema que parece no tener cabida en la Europa del Bienestar.

España se sitúa en el grupo de los países de la UE con tasas de pobreza más altas, en torno al 20% y en los últimos puestos de la lista de los Estados comunitarios en gasto de protección social. Dentro de los diversos grados de pobreza determinados por las instituciones encontramos que para los españoles pobreza sería tener un ingreso mensual inferior a 371 euros por hogar, pero ¿qué hay de los que ni siquiera tienen un hogar?

¿Qué factores llevan a que una persona acabe viviendo en la calle?

El más relevante de todos es el que concierne a la estructura económica imperante y a la dinámica del mercado laboral: los trabajos temporales, los contratos basura, los despidos masivos, la irrisoria cuantía de las rentas mínimas, los precios excesivamente altos de las viviendas… Otro aspecto que nos ayuda a comprender el alto porcentaje de población joven de este colectivo es el fracaso del sistema educativo, discriminatorio, disgregador, que castiga con la indiferencia a aquellos chicos que no se adaptan a los patrones establecidos. El rechazo social que sufren los enfermos mentales junto con el desidia por parte del sistema sanitario hace que muchos de ellos terminen relegados al abandono, uniéndose las dificultades y estigmatización de este tipo de enfermedades a su situación de persona sin hogar. Por otra parte, la desmesurada burocratización de los recursos sociales agudiza los factores anteriores: los interminables papeleos y presentación de documentos que en la mayoría de los casos como personas fuera de la sociedad ni siquiera tienen; la descoordinación entre centros sociales o el desconocimiento de los trámites administrativos. Y no podemos olvidar la falsa efectividad de las políticas de reinserción de ex–presidarios, el desamparo que sufren las personas mayores, las drogas, el alcohol, la violencia…

Son muchos los factores que llevan a una persona a la calle. Generalizar nos llevaría al error de no profundizar en el tema. Detrás de cada uno de ellos se esconde una historia diferente, singular y lo único que claramente tienen en común es una misma realidad: miseria, hambre, abandono y exclusión.

Pequeños parches

Las soluciones políticas que prevé la Comunidad de Madrid para este problema se incluyen en el Plan contra la exclusión. De las 138 medidas que supone no se encuentran propuestas específicas para las personas sin hogar, más bien van dirigidas a los hogares que perciben la Renta Mínima de Inserción. No obstante ambas realidades comparten carencias que se pueden solventar de igual modo.

Las medidas más relevantes: una oferta de formación pre-laboral y becas específicas para este grupo, empleo social al 20% de los perceptores de la Renta Mínima cada año, que se conseguirá gracias a la regulación y subvención de las empresas de inserción, promoción pública de vivienda equivalente al 10% de la construcción prevista o la ayuda directa para acceder a viviendas especiales.

Por otra parte, se establece un compromiso para erradicar el analfabetismo y el absentismo escolar, se aumentan las becas de comedor para los niños y las plazas gratuitas en educación infantil. Se soluciona la falta de atención a los enfermos mentales gracias a unos equipos multidisciplinares específicos, y todo esto con un presupuesto nada malo, 700 millones de euros.

Pero por lo que hemos podido comprobar, la realidad del día a día de este proyecto se traduce en la inaccesibilidad debido a la falta de información que tiene este colectivo, que recordamos ni siquiera tiene posibilidad de la Renta Mínima de Inserción y que, por tanto, se queda en papel mojado. En definitiva, parece que las soluciones que da la Administración para paliar este problema social se quedan en respuestas aisladas, descoordinadas y que suponen meros parches para evadir su responsabilidad.

Centro de Acogida San Isidro

Visitamos este lugar de acogida con la intención de comprobar sobre el terreno cómo trabaja el Ayuntamiento de Madrid en el único centro que hay en la ciudad bajo su tutela. Su directora, Mercedes Portero Cobeña, nos explicó que su misión primordial es suplir la función del hogar, incluida la de referencia afectiva. Así, a los residentes no sólo se les cubren las necesidades de comida, aseo y techo, si no que se les ofrecen otras instalaciones destinadas a actividades que cualquiera de nosotros puede hacer en casa: leer, escuchar música, pintar… Además el centro cuenta con 266 plazas, lo que permite al residente interactuar con personas de una trayectoria similar a la suya e ir olvidando la salvaje soledad que ha vivido en la calle. Esta dinámica consigue que el individuo vaya interiorizando los roles sociales de convivencia, tome conciencia de sus derechos como persona y recupere la dignidad perdida. Mercedes hizo hincapié en que para llegar a este desarrollo es necesario trabajar en profundidad con la motivación, elemento imprescindible para poder cambiar la realidad en la que viven. También habló de que son las mujeres que llegan al centro quienes más deterioro de la personalidad presentan, pues las condiciones extremas que viven en la calle se agravan con las diferencias de género y esto las hace aún más vulnerables.

En este centro trabajan 127 funcionarios y hay que decir que la labor que desempeñan es encomiable. Pero al contar con sólo 266 plazas y teniendo en cuenta la larga duración del proceso de reinserción queda claro que resulta insuficiente. En este sentido, Mercedes nos informó de la intención por parte del Ayuntamiento de crear otro centro de similares características, pero también supimos por otras fuentes que es una iniciativa que lleva tiempo tramitándose y no termina de llevarse a cabo.

El techo de la Iglesia

Las diez de una noche cualquiera en el albergue “Ave María”. Tras la fastuosidad de la catedral de La Almudena y del Palacio Real, una hilera de 200 personas espera para dormir bajo un techo preparado para 80. Preparado, entre comillas, si es que se puede llamar preparación al desolador panorama que allí se ofrece: aproximadamente 60 tablas con cuatro patas a modo de camas, unas encima de otras, en un área de unos 40 metros cuadrados. Semejante situación se repite en otro cuarto más pequeño, escaleras arriba, reservado para las mujeres. Este espacio no es acogedor ni cálido, pero aún así cada noche no queda vacía ni una grieta del edificio. Escalones, pasillo, cocina, baño… se transforman en el aposento de más de un centenar de personas, en su mayoría inmigrantes. Con un poco de suerte pueden llegar a disfrutar de un vaso de leche, y si tienen una dolencia leve, María, médico voluntaria, puede ofrecerles alguna medicina. Por su parte, el padre Enrique da la bienvenida a todos (los que quepan) con una eucaristía que probablemente más de la mitad no entiendan, puesto que ni siquiera conocen nuestro idioma. Ser testigos de esta realidad esperpéntica dejaría sumido a cualquier ser humano en la desolación. Más que un albergue recuerda a una patera que navega a la deriva noche tras noche.

Nos deja boquiabiertas. No se vislumbra intento alguno por trabajar la dignidad, la integración o el desarrollo social de estas personas. Todo lo contrario. Este núcleo de hacinamiento humano es el mejor caldo de cultivo para perpetuar la injusticia social que azota a los inmigrantes. Sin papeles, sin trabajo, sin posibilidad de recurrir a las instituciones, sin más remedio que aferrarse a esta cotidianeidad infrahumana.

Lo que más sorprende es que la gente que trabaja en el “Ave María” se sienta satisfecha. No dudamos de sus buenas intenciones, pero está claro que con caridad católica y sin una perspectiva de ayuda real que ataque de raíz el problema lo que en verdad hacen es maquillarlo. Aún así somos conscientes de que este trato no se puede generalizar a todas las instituciones de la Iglesia, mala suerte quizás que hayamos encontrado justamente este ejemplo.

Desde otra perspectiva

No nos vamos a erigir aquí en acérrimas defensoras de las ONG ́s. Todos conocemos que en la mayoría de los casos son OG ́s y se dejan el No por el camino de los intereses. Al acercarnos a Solidarios para el Desarrollo no podemos obviar que su cúpula directiva bebe directamente de las fuentes Opus y del conservadurismo más rancio de este país. Ni tampoco dejar de denunciar el desengaño de muchos voluntarios al descubrir que gran parte de su presupuesto está dedicado a gestiones privadas de sus directivos, mermando los recursos verdaderamente sociales. Pero dejemos este aspecto un poco atrás con la impotencia que naturalmente nos invade. Hay que reconocer que sus campañas y programas hacia sectores marginados suponen un granito de arena más en la montaña de la solidaridad. Así que empecemos de nuevo:

En una línea muy diferente al “Ave María” trabajan los voluntarios de la ONG Solidarios para el Desarrollo, con una campaña dedicada a las personas sin hogar. Nos acercamos a su sede, donde Pepe Aniorte, el coordinador, nos explicó su programa y nos invitó a acompañarles en una de sus “rutas”. Lo que les mueve es “reactivar la capacidad social de estas personas” y para ello trabajan en diferentes ámbitos. Institucionalmente aúnan fuerzas con otros agentes sociales para tratar de un modo integral el problema y, desde la unión, reclamar recursos y políticas efectivas. Aunque lo más interesante que hemos podido compartir con ellos es su trabajo de calle. De lunes a jueves, Solidarios, organizado en seis rutas por toda la ciudad, visita los núcleos más concurridos por los sin techo. Con la excusa de un café intentan acercarse “de igual a igual” a aquellos que tienen “a la noche por techo”, estableciendo una relación de confianza.

“Tú estás ahí, si ellos quieren algo saben que pueden contar contigo”, nos dice Irene, una de las voluntarias que acompañamos por los subterráneos de Retiro y Colón. Lleva cinco meses trabajando con Solidarios, es estudiante de Trabajo Social y ante el vacío de prácticas de nuestro sistema educativo se planteó “un contacto directo con la realidad”. Pero para Irene no es sólo un desarrollo profesional, ser voluntaria le supone sobre todo un enriquecimiento personal y una lucha diaria contra el sistema. “Estoy harta de ver injusticias y no sólo le aportas tú a ellos, ellos también te aportan a ti”. Recogimos también la visión de David, que como voluntario no siente “ser salvador de nadie”. “No concibo que haya personas diferentes, lo que hago es normal, es interactuar con las personas como lo puedo hacer en un autobús”, nos explicó este estudiante de arquitectura que lleva tres meses trabajando en el programa. “No sé si conseguiremos algo, pero sé que son pequeños pasitos que les hacen sentir como personas. Con eso me vale”, afirmó David. Para Cintia, la tarea que realizan supone “no perder el contacto con la realidad” pues ellos, mejor que nadie, saben que cualquiera de nosotros puede acabar durmiendo sobre cartones.

Acompañarles en su ruta nos ha hecho comprobar la calidad humana de las personas sin hogar que, en este caso, se han organizado en comunidad, constituyendo su propia familia y compartiendo lo poco que tienen. Nos abrieron las puertas de su casa de cartón, nos presentaron a sus “vecinos”, nos mostraron su biblioteca (con libros que intercambian con los voluntarios y entre ellos) y nos integraron en su realidad cotidiana. También es cierto que, como dice Irene, “no te van a rechazar porque saben a lo que vamos”, y quizás es por eso por lo que nos reciben con una sonrisa y comparten con nosotros los avatares del día. Pero no es así en todas las rutas. También existen voluntarios decepcionados que no sienten hacer algo útil, y es que no es fácil entablar una relación con estas personas rechazadas por la sociedad. El modo de trabajar de Solidarios implica sobre todo una actitud paciente, perseverante, que hace difícil conseguir resultados a gran escala.

Lo que queda claro es que la labor de esta asociación supone el eslabón base de la cadena para la reinserción social de las personas sin hogar, ya que lo más importante es erigir una interacción asidua, individual con cada uno de ellos. Así, en el momento en que la persona reclame una ayuda determinada, Solidarios le abre la puerta a otras instituciones, como el Centro de Acogida de S. Isidro. Es un proceso a largo plazo, donde el camino nace en el voluntario que con un “rato de charla y una sonrisa contribuye al crecimiento humano”.

Como no… la policía

Subterráneo de Colón. Pese a dormir tras la fragilidad de unos cartones, Maica tiene una dignidad y una estructura personal que ya la quisieran muchos para sí. Lleva desde septiembre viviendo acompañada de una libreta que forma parte de su vagar por el mundo. Nadie podrá arrebatarle la calle que, como ella misma dice “es de todos”, pero hace aproximadamente un mes un policía con su prepotencia visceral se cruzó en su destino.

No sólo le quitó los pocos recursos materiales con los que se desenvuelve en la jungla urbana, sino que golpeó lo que más puede doler a cualquier ser humano: sus sentimientos. Las palabras de su libreta, no sólo escritas por ella si no también por su pareja difunta, fueron directamente al camión de la basura por órdenes expresas de la autoridad. Qué impotencia, qué dolor saber que la justicia de la ciudad está en manos de personas así.

Subterráneo de Retiro. Manolo conoce muy bien al sargento déspota que hasta incluso sus compañeros en ocasiones tienen que pararle los pies. Si ha tenido un mal día se pasea por el “dormitorio” de Manolo y se desahoga a insultos y quizás a palos. Pero no sólo es eso, le quita los cartones, las mantas y anda detrás de arrebatarle el carro en el que guarda todo lo material que tiene en este mundo ¿Qué hacer cuando es la policía quien te roba?

Estos dos casos ilustran que una vez más la policía se sale del tiesto. Pero aún siendo personas sin hogar tienen la suerte de tener un carácter forjado en la dificultad de la calle y no se acobardan. Han recurrido a la otra cara de la policía, se han atrevido a denunciar su situación.

¿La gente normal?

El broche final también lo encontramos en la calle. Nos preguntábamos qué pensaría la gente de a pie sobre estas personas y con decepción pudimos comprobar que siguen vigentes los prejuicios de siempre. Están ahí porque quieren, se lo han buscado, son adictos a las drogas o les gusta vivir en la calle fueron las respuestas que más pudimos escuchar. Por otra parte existe un desconocimiento total de las iniciativas de cualquier agente social respecto al problema, un problema que se incrementa día a día.

Las atrocidades del sistema global en el que estamos inmersos no sólo hacen estragos en los países del Tercer Mundo. No hace falta irse tan lejos. En tu ciudad, en la sucursal de tu banco, en la plaza donde paseas a tu perro… Las luces de neón de las calles comerciales hacen sombra a una realidad que rebaja la existencia humana a mero desecho social. No caigamos en el viejo tópico de que los mendigos, indigentes, vagabundos son sólo holgazanes, drogadictos, vagos… Sería la solución más fácil para nuestra conciencia acomodada que limpiaríamos sin más problema a golpe de limosna caritativa. No podemos evadir ni obviar las situaciones de extrema pobreza que azotan nuestras ciudades. Y mucho menos culpabilizar a las personas que más la sufren. Es necesario denunciar lo injusto que resulta que una persona ni siquiera tenga un techo donde cobijarse en una sociedad que se vanagloria de ser rica y adelantada. Y lo primero que tenemos que hacer es erradicar la invisibilidad del colectivo. Es imprescindible reconocerlo dentro de nuestro entorno cotidiano, hacerlo presente y comprender su sino para comenzar a ayudarles. Porque si llegas a acercarte a esta realidad comprobarás que mañana puede ser la tuya.

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