No hay peor sordo
Programa de radio realizado en Puerto Nuevo, Ecuador, localidad fronteriza con Colombia.
Este programa es el resultado de un Taller de Radio impartido en el marco del Proyecto «Ojos que no ven – Línea de Frontera», de la Fundación Máquina de Cine, realizado en diferentes comunidades ecuatorianas fronterizas con Colombia. El proyecto ha contado con la colaboración de ACNUR Ecuador.
El programa cuenta la historia de un joven agricultor ecuatoriano que cruza la frontera a Colombia para trabajar en los cultivos de hoja de coca. «No hay peor sordo» es un testimonio de parte de la cotidianidad de la comunidad de Puerto Nuevo, en la provincia fronteriza de Sucumbíos.
«No existe en el mundo trabajo más agradecido que el de cultivar la tierra. Eso es lo que me han transmitido todos los campesinos que viven en Puerto Nuevo, en la provincia de Sucumbíos, del lado ecuatoriano del río San Miguel, que hace de línea fronteriza con Colombia.
En este pequeño pueblo de Ecuador la mayoría de habitantes son personas de Colombia, que por motivos directamente relacionados con la guerrilla, el narcotráfico o los paramilitares, han tenido que emigrar, para aumentar así la distancia entre el peligro y la esperanza.
A fecha de hoy, año 2017 que es cuando se actualiza este artículo en NanoMundo, Google Maps sigue sin registrar la localidad a pesar de que Puerto Nuevo ha estado presente incontables veces en los medios de comunicación, especialmente ecuatorianos, aunque también en algunas páginas y documentos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
En el año 2009 contaba ya con una modesta estación de autobuses, un centro de salud medianamente equipado pero sin personal, una escuela, varios lugares donde comer, beber una cerveza o tomar un café, una farmacia, un puesto de venta de carne, dos panaderías, un centro cultural o, más bien, un espacio con techo para tal fin y todo muy modesto, en vías de una cada vez mejor organización.
Mucho se ha leído en la prensa sobre que Puerto Nuevo es el refugio de las FARC en Ecuador y no queríamos dejar pasar la ocasión de matizar ese punto de vista basándonos en lo allí vivido. Puerto Nuevo sí es un refugio, sin lugar a dudas, allí viven refugiados y personas que han llegado buscando protección, paz, oportunidad y esperanza. Que más de uno haya pertenecido a las Fuerza Armadas Revolucionarias de Colombia también es cierto, pero más cierto aún es que la gran mayoría son campesinos que en sus lugares de orígenes se vieron amenazados por el fuego cruzado entre las FARC, los paramilitares y los narcotraficantes. Así que Puerto Nuevo no es ningún refugio de las FARC, es un lugar donde muchos colombianos han podido comenzar una nueva vida, sabiendo que al otro lado del río está su país y con la esperanza de que, a lo mejor, un día podrán volver.
Paisaje
Nos instalamos una semana en el Centro Cultural de Puerto Nuevo, que consiste en un galpón con techo de metal y tres paredes, una gran puerta de malla. En una esquina y afuera está el baño, sitio para lavar ropa y un reservorio de agua de lluvia, aunque normalmente hay agua potable, solo que justo por esos días hubo un problema con algún motor, una cañería o lo que fuera, y a comprar bidones de agua se ha dicho. La gente es sabia y ahorra agua de lluvia, así no hay que bajar al río, y el río, por lo demás, estaba bastante crecido en aquella semana.
Puerto Nuevo cuenta con dos panaderías y una mejor que otra. Puerto Nuevo no es más que el comienzo de la Amazonía, pero Amazonía al fin y al cabo, verde, húmeda e intensa, donde entrar a una de esas panaderías es como entrar en una boulangerie bruxelloise, en un templo del pan, solo que con el sabor de la masa colombiana y una radio siempre encendida. La música gusta o no gusta, pero como uno tenga que quedarse allí mucho tiempo termina gustando y, a veces, también se puede sintonizar una emisión radiofónica de las FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, una señal que dura solo unas horas al día y que puede pasar temporadas en silencio.
Es un poblado ecuatoriano pero de mayoría colombiana, por lo que reciben visitas regulares de la Agencia de la ONU para los Refugiados. Es verdad que llevan chalecos de color azul claro y que llegan en unos coches fantásticos con antena satelital, que parecen venidos de otro planeta, pero igualmente cierto es que en ese rincón del mundo y en colaboración con el Gobierno ecuatoriano, han logrado que los colombianos vuelvan a tener un simple carnet de identidad, algo tan básico y tan imposible de conseguir en otros lugares del mundo, dificultando enorme e innecesariamente la vida de los inmigrantes, refugiados o no. ¿O es que se pueden identificar la mayoría de africanos que llegan día a día a las costas de España o Italia? No.
La situación de la Sanidad Pública en Puerto Nuevo es singular, o al menos lo era en octubre de 2009 y lo más probable es que poco y nada haya cambiado desde entonces. Pueblos como Puerto Nuevo en la provincia de Sucumbíos, o Palma Real en la de Esmeraldas, dan un nuevo sentido a la palabra marginalidad, porque más lejos no pueden estar del área de influencia de las instituciones públicas. A pesar de todo a alguna autoridad se le ocurrió construir allí un pequeño centro de atención médica, muy modesto pero con todo lo necesario para muchas cosas, incluso para traer un niño al mundo. Ahora bien, ese centro y hasta esa fecha, carecía de un profesional que lo atendiese regularmente. Una vecina enfermera era quien lo llevaba, pero tampoco tenía medicamentos, salvo los más básicos. Y como electricidad no siempre se tiene, el flamante frigorífico que debería refrigerar algunos productos no funcionaba como es debido. Ya ven por qué digo que la situación de la Sanidad Pública es singular allí. Al menos es Pública, porque si hubiera que pagar, ahí sí que sería esto un cuento de ciencia ficción, la gente no se enfermaría, eso seguro. Y ya dijimos que agua potable por esos días no había. Cabe destacar que se hizo un censo de personas con necesidades especiales en Puerto Nuevo y en todo el país.
“Parados en la muralla que divide lo que fue de lo que será”
Y como si todo eso fuera poco, viven en la línea de frontera. A ojo de buen cubero de cuántas personas estaremos hablando, no lo sé, mil personas tal vez. Un censo exacto lo han hecho los mismos pobladores.
El farmacéutico colombiano, un paisano siempre con el termo de café a mano, está dispuesto a ayudar en cualquier urgencia médica, todo hay que decirlo. Pero vamos a ver, ¿qué emergencias médicas pueden darse en un pueblo que vive a orillas del río, cuyos pobladores cultivan la tierra y que tienen todo para vivir magníficamente? Es verdad que buen pescado no falta, ya sería el colmo. Justo en la esquina principal, la que cuenta con dos tiendas de abarrotes y dos bares donde solo hay cerveza, no siempre fría, y mesas para jugar al billar, allí mismo, he visto un pescado que parecía un tiburón. No me molesta decirlo porque en la Fundación Máquina de Cine tenemos pruebas gráficas de calidad que aportar a la observación general. Un poco monótona la gastronomía en Puerto Nuevo pero se come bien, claro que sí. Las emergencias médicas tienen en común sus causas no deseadas, como que te bombardeen el poblado.
Yo creo que en Puerto Nuevo se puede comer en cualquier parte, porque su gente, colombiana y ecuatoriana, son personas amables, atentas, de buen humor, que te van a abrir las puertas de sus casas si vas con respeto y con una sana curiosidad de saber cómo es la vida allí. Comedores como tales hay solamente dos. Uno, de cuatro paredes con cuatro tablones que hacen de mesa y ocho tablones para sentarse, tres puertas, el baño, la cocina y la calle principal. El otro también está en la calle principal, esa que no es muy difícil de imaginar porque es la que va al lado del río, y es todo un restaurante, no por sus platos pero sí por su belleza y encanto, belleza que le viene por ser al aire libre y por brindar una vista íntima, tranquila y suave del río San Miguel. El encanto lo pone la señora que lo atiende, cuya especialidad son unas tortillas de maíz a la parrilla que pueden venir con queso derretido arriba, y el café que nunca falta.
Frente a ese restaurante está la estación de autobuses, ¡no faltaba más! Consiste en un galpón donde parar, dar la vuelta y salir. En las paredes de esa sucinta estación de buses se podían ver los agujeros de las balas, proyectiles o misiles de la última vez, suerte que no se murió nadie en esa ocasión. Es que justo al otro lado del río no se cultiva ni café, ni arroz, ni cacao, ni caña. Si las drogas estuviesen reguladas la vida del campesino sería muchísimo más sencilla. Ya vemos que emergencias médicas puede haberlas en todas partes.
Alguna que otra vez, por la noche, cuando apenas se ve nada, se oye que alguien grita al otro lado del río pidiendo un transporte, una canoa. Llegaron caminando vaya a saber de dónde y solo les falta cruzar el río, un último paso tan sencillo y a veces fatal: un militar puede confundirte con un guerrillero, un guerrillero puede pensar que eres un desertor o puede que una crecida del San Miguel sea la naturaleza cruel.
Por supuesto que hay de todo en Puerto Nuevo, seguro que allí vive alguno que fue guerrillero, otro que lo es todavía, que otros vienen solo a respirar aire fresco y se quedan unos días de vacaciones, hasta eso puede ser cierto, paso de perder el tiempo discutiéndolo como si fuera tema de conversación. Allí viven de cultivar la tierra y de pescar, porque de otra manera no podrían vivir. Puedes comprar el pan con dólares ecuatorianos o con pesos colombianos, el café y el cigarrillo vienen de Colombia, pero el comercio que suele darse en cualquier frontera no es lo que sustenta al poblado, lo hace el incansable río San Miguel y la fértil tierra de toda la zona.
Puerto Nuevo tiene escuela, en la localidad viven muchos niños y niñas nacidos a ambos lados del río, y también tiene maestros, aunque no los suficientes. Pueden faltar libros, computadoras, el uniforme escolar u otros útiles, pero invariablemente el jolgorio en los patios de la escuela siempre está presente.
En este lugar tuve el placer, porque para quien pretende comunicar no es una oportunidad si no un placer, de conocer a un hombre de mi edad, me aproximo más a los 40 que a los 30, que en sus años mozos, estando aún en el colegio y con la pobreza a la puerta decidió buscarse la vida. Lo que hacemos todos. Y como era joven y tenía esa fe ciega que caracteriza a los adolescentes, no le faltaban ganas de trabajar y se sentía muy capaz de lo que sea. Decidió irse con un amigo a raspar la hoja de coca a Colombia. Como campesino ecuatoriano entendía mucho de la tierra, pero de ser raspachín, sabía muy poco. Con mucho dolor debo decir que gran parte de los raspachines, esos que se dedican a quitar la hoja de coca de las ramas, son niños y niñas. Es una actividad de adultos vigorosos y saludables, trabajar la tierra requiere destrezas físicas y un buen estado de salud. En fin, aquel joven se fue a Colombia, siendo ecuatoriano y en busca de un futuro mejor, a raspar hoja de coca, una actividad mejor remunerada que andar cargando arroz en mula.
El texto que sigue es una transcripción del programa de radio, creemos que poniendo a disposición tanto el texto como el audio del programa contribuimos a preservar nuestra memoria oral (la de los pueblos de la línea fronteriza entre Ecuador y Colombia). Los nombres propios son ficticios, todo lo demás corresponde a experiencias personales de los participantes.»