Testimonio
Galicia llora chapapote
El 23 de noviembre de 2002 se hundía en las costas gallegas el Prestige, un petrolero monocasco que llevaba en sus tanques 77.000 toneladas de fuel, dando lugar a la mayor catástrofe ecológica que ha vivido España. Dos voluntarios nos narran la experiencia de su viaje durante la segunda semana en que las playas estaban negras.
13 de Noviembre: una catástrofe anunciada
Miércoles 13 de noviembre. El petrolero Prestige con destino Singapur, procedente de Riga y con escala prevista en Gibraltar, pasa por las costas gallegas cuando está azotando uno de los temporales más fuertes de los últimos meses.
Es un barco construido en 1976 en Japón, monocasco con bandera de Bahamas y cargado con 77 mil toneladas de fuel oil M-100, uno de los derivados más tóxicos del petróleo, prohibido en la Unión Europea y EEUU, con un valor de más de 60 millones de euros.
A las 15h15 sufre un accidente y se abre una vía de agua que en horas sucesivas llegará a convertirse en una brecha de 20 metros de longitud. Uno de los tanques de lastre, que iba vacío se inunda y provoca que el barco se escore. En esta situación el buque se queda a la deriva en medio del temporal y perdiendo parte del fuel que transporta. Aquí empieza la agonía de un barco que terminará por partirse en dos y hundirse el martes 19 de noviembre a 250 Km de la costa después de haber sido arrastrado por cuatro remolcadores.
La falta de medios, la improvisación y las medias verdades por parte del gobierno del PP añadieron dificultades a unas tareas de rescate que resultaron ser un fracaso. La marea negra vuelve a azotar la costa gallega. Es el séptimo desastre marítimo en estas tierras que trae consigo pérdidas económicas y ecológicas incalculables y arrasará con los bancos de pesca y marisco más importantes de España y Europa, dejando sin fuente de ingresos a más de 10 mil familias.
A todos nos conmoverán las imágenes de los marineros recogiendo el chapapote con sus propias manos, deteniendo el avance del fuel con redes fabricadas artesanalmente, las imágenes de las playas negras, los paseos marítimos manchados hasta la carretera, el desastre ecológico…
Viaje al infierno negro, una experiencia inolvidable
El 5 de diciembre, aprovechando el puente de la Constitución, Edu, estudiante de Ciencias Políticas y Pablo, de Económicas, ambos de la Universidad Complutense de Madrid, se ponen en marcha hacia Galicia. No ha sido fácil organizar el viaje. Las instituciones oficiales gallegas les afirman que no necesitan voluntarios y no les facilitan materiales. De hecho son testigos de una anécdota irónica y bastante macabra: “cuando llamamos a protección civil no sabían nada, y nos dieron el teléfono de Repsol ¡para ver si ellos nos podían informar!” nos cuenta Edu, santanderino de nacimiento que unas semanas más tarde iba a ver llegar el petróleo también a su tierra. Pero en el último momento consiguen ponerse en contacto con la cofradía de marineros de Carnota que se apremian en ayudarlos comprometiéndose a posibilitarles materiales y alojamiento, pero que más tarde se ven desbordados por el gran número de voluntarios que se acercan a echar una mano ese fin de semana. “Al llegar, la primera impresión que tuve fue la de una gran desorganización, la de falta de materiales y un ambiente caótico en el ayuntamiento” narra Pablo. La única solución para ser útiles era ir por su cuenta, y ellos podían pues tenían coche, pero al resto de los voluntarios no les quedaba más remedio que esperar una coordinación que tardaba horas en ser efectiva. Sólo consiguieron cuatro cubos y dos palas para recoger el chapapote que tenían que ir almacenando en plásticos sobre la arena porque no había contenedores.
El primer día estuvieron en el Faro de Lariño trabajando junto a los vecinos del pueblo y sin otra solución que ir turnándose el material. “Al principio pensé que iba a haber más petróleo, parecía que no había mucho, pero pronto me di cuenta de que al escarbar había placas que la marea iba cubriendo con arena” afirma Edu. “Lo que nunca voy a olvidar es ese olor tan fuerte y tóxico, que a media mañana, con el calor se hacía más insoportable, sobre todo al derretirse el petróleo”, es Pablo el que habla, estudiante en Madrid como hemos dicho, pero natural de A Coruña, por eso no dudó en ir a limpiar en la primera ocasión que se le presentó, “de hecho la mascarilla no te protegía apenas nada”. “Lo más impresionante” sigue Pablo, “era la zona de rocas entre las que se acumulaban balsas de chapapote estancado, muy denso, viscoso, que a cierta distancia formaba una bandera tétrica, rocas azotadas por el mar – rocas negras de petróleo – y la playa. Un vecino del pueblo que estaba allí con nosotros nos dijo que él pensaba que la única solución para limpiar el chapapote que estaba pegado a las rocas era tirarlas al mar y que fuese él quien las limpiase”. Los vecinos estaban desesperados. No dejaban de ver cómo sus playas, su fuente de vida, se llenaban una y otra vez de petróleo, sintiéndose olvidados por el gobierno central que no aportaba ni medios ni una solución efectiva. “Se podía respirar mucha tensión en el ambiente, la gente estaba muy cabreada” dice Pablo, quizá cabreado él también, pero esto se olvidaba un poco con las muestras de solidaridad que cada día regalaban los voluntarios. “El trato que nos dieron los vecinos fue impresionante. Incluso una señora mayor nos ofreció su casa” recuerda Edu. “Fue un día agotador, igual que el siguiente, pero paramos sólo porque no teníamos donde echar el chapapote”.
Después del trabajo vieron atardecer en las rocas, “recuerdo una imagen muy dura” dice Pablo, “tiré una piedra a una poza de petróleo que había en las rocas y se quedó allí clavada de lo espesa que era esa mierda!”. En el pueblo conocieron a otros voluntarios con los que cambiaron impresiones, charlaron con los paisanos y fueron a dormir al polideportivo de Carnota, ése que la semana siguiente ocuparon los militares que habían tardado tres semanas en trasladarse a la zona y comenzar las tareas de limpieza, con las respectivas críticas del pueblo por su tardanza.
Al día siguiente se levantaron temprano y después de observar que la desorganización y el caos era el mismo de la mañana anterior decidieron irse otra vez por su cuenta, desembocando en la Playa de Arca que estaba totalmente negra, “cantidades industriales, andabas y te quedabas pegado!!”. Así que sin dudarlo volvieron para conseguir capachos y palas y para reclutar gente de entre los vecinos.Cuando volvían con los materiales un periodista de la Radio Gallega los entrevistó y charlando con él confirmaron el grado de censura que existía en los medios, tanto regionales como nacionales, “nos contó que se manipulaban los planos, que se hacían montajes y que modificaban los contenidos de los reportajes” recuerda Edu.
Antes de bajar a la cala y empezar el trabajo pararon a un autobús de la empresa Tragsa, la que había contratado la Xunta para hacer las labores de limpieza, y les pidieron que se quedasen con ellos, que estaban solos y que en la playa a donde se dirigían ya había un montón de voluntarios, pero fue inútil. Al final consiguieron gente que como ellos habían ido en coche y que a lo largo de la mañana iban llegando con más material formando una plantilla de unas 15 personas, “sí, y los turistas, que sólo iban para quedarse allí mirando mientras nosotros recogíamos la masa” nos cuenta Pablo.
Fue un día lleno de anécdotas: conocieron a un suizo que el día anterior había estado él sólo con su perro limpiando la calita, o cuando tuvieron que dejar de recoger fuel para ponerse todos a empujar a un tractor que había traído un paisano para echar allí el petróleo y que se había quedado encallado en la arena, “y esa señora que nos dijo que ella quería ayudar como fuese y tuvo una idea genial al ponerle bolsas a los capachos y facilitar así el vaciado” sonríe Edu al recordarlo, “fue una experiencia impresionante, nos organizamos formando cadenas, unos recogían y otros descargaban, el día fue agotador”. Se les acabaron los contenedores y recurrieron como la víspera a vaciar el fuel en plásticos sobre la arena hasta que llegaron contenedores de refuerzo pero pronto los volvieron a desbordar “¡llenamos los tres contenedores que nos trajeron en una hora!” exclama Pablo. También se organizaron para poder beber agua ya que tenían los guantes pegados con esparadrapo, así había algunos que les ayudaban a beber, y a una chica de la Cruz Roja que pasó por allí le pidieron alimentos y bebidas, “estábamos deshidratados y como no estábamos organizados como el resto de los voluntarios no teníamos provisiones” se quejan los dos.
Al atardecer llegaron otros voluntarios, de la facultad de Biología de Santiago, pero éstos se dedicaban a recoger aves manchadas, intoxicadas por el chapapote, “vimos a un cormorán intentando sacudirse el petróleo” se lamenta Edu, y exhaustos dieron por terminada la jornada mientras acababa de subir la marea. “Cuando levantamos la vista parecía que no habíamos limpiado nada, en una cala tan pequeña era increíble la cantidad de mierda que había. Además si escarbabas podías ver hasta cinco capas de fuel cubierto por la arena” recuerda Pablo con la impotencia reflejada en la cara. Al subir la marea el mar traía consigo más petróleo, pero éste, al estar todavía en el agua era mucho más grasiento, más pesado, más denso.
“Paseamos y sólo vimos un cangrejo que manchado intentaba andar por las rocas pegajosas, muy lento. En los charcos no había nada de vida, ni algas, ni esponjas, nada, parecía todo muerto” relata Edu, “ni siquiera vimos gaviotas”. “Ese día me quedé triste, ver eso era desolador. Era un sitio precioso, con el Atlántico batiendo las olas, atardeciendo allí al lado del faro… pero mirabas hacia abajo y…” Pablo se conmueve, lo siente muy de cerca, las playas de su pueblo también están manchadas, el lugar de sus juegos de niño aparece ahora teñido de negro, el mismo que el de miles de gallegos, marineros que ahora trabajan para Tragsa y que después de eso no verán un futuro claro en su tierra.
Esa noche los vecinos del pueblo se volcaron con los voluntarios: les dieron comida caliente, les regalaron libros, les intentaron alegrar con queimada y gaiteiros, pero el ánimo estaba bajo, la gente sentía rabia y espontáneamente se escuchaban gritos de Nunca Máis y pidiendo la dimisión de los altos cargos.
Volviendo a Madrid valoran la experiencia, sacan conclusiones y a pesar de la impotencia renuevan la esperanza que supone la movilización popular sin precedentes que ha vivido Galicia a raíz de la desgracia.
“En un nivel local, la gente estaba coordinada, se habían organizado todos para limpiar y tenían a su alcance todos los medios disponibles en el pueblo, pero éstos eran escasos. Los voluntarios desbordamos sus expectativas no estaban preparados para tanta gente, esperaban a ochocientos y ese fin de semana fuimos casi dos mil personas a limpiar” concluye Edu. Pablo reivindica la falta de material “necesitábamos contenedores, más infraestructuras”, para un poco más tarde reflejar sus sentimientos: “después de limpiar aquella calita la llevo siempre en mi corazón. Se me saltaban las lágrimas cuando trabajaba, te sentías impotente de verdad, sentías rabia… sitios que conoces desde pequeño, al lado de casa y están llenos de mierda. El sentimiento se agrava cuando además ves que no hay interés por parte de las autoridades para solucionarlo y te enfadas mucho, te enfadas con el mundo y ves que tu pueblo está indefenso frente al problema. En la otra cara de la moneda tenemos a los voluntarios y su enorme solidaridad. La gente está muy agradecida, ha existido un compañerismo real y quizá sea esto lo único bueno que ha tenido la desgracia. Aún así es una frustración que no puedes evitar”. Y hablando un poco de las consecuencias que va a tener la catástrofe dentro de unos meses añade: “dentro de un tiempo se olvidará como ha pasado con las otras mareas negras, ya no será un tema de actualidad y el problema está en el petróleo que no se ve, que si vas descalzo por la playa se te pegará a los pies, ¿hasta qué punto se han esforzado las autoridades para quitar el chapapote que ha tapado las mareas?, ¿y el de las rocas que es puro pegamento? Y también habrá un problema social, cuando se acaben las subvenciones ¿qué harán los marineros? ¿emigrar, como siempre?”
Ya en casa les queda un sabor agridulce. Ha sido una experiencia muy gratificante, pero la sensación de impotencia es la que se mantiene a lo largo de los días. Edu no olvida, “no ha sido un desastre natural, ha sido artificial, por culpa de los hombres”.